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miércoles, 11 de septiembre de 2013

MARFANILUSTRE: FLO HYMAN






A principios de los años 80, el voleibol femenino en Estados Unidos no pasaba del umbral de deporte amateur. Pero en el transcurso de la década, la selección norteamericana se haría con la medalla plata en los Juegos Olímpicos de los Ángeles. 
Un equipo formado por auténticas estrellas fue el encargado de superar la falta de patrocinio, la escasez de medios y equipos y de hacer crecer como nunca hasta entonces el interés por su deporte. Y no es de extrañar, pues en aquella constelación de jugadoras de oro que ganaron la plata, brillaba con luz propia la que llegó a ser bautizada por el seleccionador olímpico, Arie Selinger,  como  «La diosa del voleibol».
Si tenéis vértigo, coged aire antes de seguir leyendo, pues hoy volaremos alto, muy por encima de la red. 

Conozcamos a Flo Hyman.


Flo Hyman nace en la soleada California en 1954, siendo la segunda de una familia que terminaría por ser numerosa: ocho hermanos. Los padres de Flo eran bastante altos, pero el crecimiento extraordinario de la pequeña Hyman la llevó a igualar su estatura rápidamente, alcanzando el 1,83m a los 12 años. Desde niña se sintió distinta por ser tan alta. Su madre la animaba a explorar las ventajas que una estatura mayor a la del resto podía suponerle. De esta manera, Flo emepezó a jugar al baloncesto mientras cada año que pasaba se hacía más y más alta. A los 17 años alcanzaría su estatura definitiva: 1,96m.

En el instituto abandonó el baloncesto para jugar mayoritariamente al voleibol, destacando por su habilidad y potencia física. En 1973, la Universidad de Houston concedió su primera beca deportiva a una mujer; aquella mujer fue, por supuesto, Flo Hyman. Tras dos años en la universidad y, a tenor de su excelente rendimiento en la cancha, Flo decidió centrarse en su carrera deportiva y abandonar los estudios temporalmente. Siempre aseguró que los retomaría cuando se hubiese retirado del voleibol profesional: «Uno puede ir a la universidad a los 60. Pero sólo se es joven una vez, y hay algunas cosas que nada más se pueden hacer de joven».

En 1974 debutó con la selección absoluta de los Estados Unidos y al año siguiente participó en los Juegos Panamericanos de México '75, acabando en sexta posición. Volvería a participar en los Juegos Panamericanos de Puerto Rico '79 y en los de Caracas '83, conquistando en estos últimos una medalla de plata tras perder en la final con Cuba.

No pudo participar en los Juegos de Montreal '76 debido a que la selección norteamericana no se clasificó. Las estadounidenses sí lograron, en cambio, clasificarse para los Juegos Olímpicos de 1980, pero el boicot de los Estados Unidos a Moscú impidió que participaran.

El equipo de voleibol femenino estadounidense había pasado de ser un equipo de segunda fila a luchar por las medallas en cada gran campeonato en que participaba. Flo Hyman tuvo un papel determinante en la progresión del equipo.

El momento álgido en su carrera se produjo en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles ‘84, donde la selección norteamericana conseguiría la plata, derrotada en la final por la potente China (a la que habían vencido en la fase previa). Era la primera medalla olímpica para el voleibol femenino estadounidense.

A pesar de ser un deporte en auge, las oportunidades en Estados Unidos para las profesionales eran más bien escasas. Así pues, tras los Juegos de Los Angeles '84, Flo Hyman se trasladó a Japón para jugar en liga profesional de aquel país, concretamente en el Club Daiei de Matsue, patrocinado por la cadena de supermercados Daiei.

Hyman tenía la intención de regresar a los Estados Unidos tras la temporada de 1986. Pero el 24 de enero de 1986, mientras jugaba un partido frente al Club Hitachi, sufrió un colapso y quedó tendida en la cancha. La trasladaron rápidamente al hospital, donde según los médicos ya no tenía pulso mesurable. Falleció poco después. Jamás había tenido el menor síntoma.

En Japón se determinó el infarto como causa de la muerte, pero la autopsia que le realizaron en California, seis días después de haber fallecido, aclaró que la verdadera causa del deceso había sido una disección aórtica. Se le diagnóstico entonces el síndrome de Marfan.

Ella nunca supo que lo padecía, pero gracias a aquél diagnóstico que no había podido salvarla, se supo que su hermano estaba afectado por la misma enfermedad. Al poco tiempo fue operado de corazón y pudo así alejar de su vida el peligro de muerte por disección aórtica.

La dura historia de Flo Hyman nos recuerda algo que a menudo se tendemos a olvidar: el síndrome de Marfan es una enfermedad que se debe tomar muy en serio. Y aunque nos pueda parecer que grandes músicos o extraordinarios nadadores han logrado serlo precisamente por padecerla, no debemos olvidar que, más allá de la altura, la hiperelasticidad o el aparente buen oído musical, el Marfan presenta aspectos que amenazan seriamente la vida de quien la padece. Ésta (y no otra) es su principal realidad. Y no debemos perderla de vista, puesto que la mejor manera de combatir al síndrome es mediante la información, el control médico y un estilo de vida saludable y adaptado a las limitaciones de cada uno.

Una sombra de plata se alza medio metro sobre la red de voleibol de nuestra sala de Marfan Ilustres. La espalda se arquea. Estira el brazo. Golpea. La pelota pasa cerca. A 180km/h. Es ella.

Y es que «La diosa del voleibol» juega en el Olimpo.

Fuentes consultadas:

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