Visita el perfil de Miguel Ángel Rodrigo Jiménez
“Fatiga de estar vivo, de estar muerto, con frío en vez de sangre, con frío que sonríe insinuado
por las aceras apagadas”. Luis Cernuda.
Está sola. Se queda sola. Se busca sola. Ella
y toda la soledad que puede atesorar en un lugar como la Catedral. Mira a
través de la vidriera más pequeña y piensa. Piensa en Sam y en Zach y piensa que
nieva. En que lleva nevando dos o tres días y en que se viene a dar cuenta hoy.
Ahora. Piensa y entonces recuerda que las últimas jornadas le han parecido
ficción, una mentira, y no ha podido siquiera permitirse pensar. Por eso,
porque ahora sí puede, continúa pensando. En un Zach arisco y protector y en
un Sam que hace mucho tiempo que se hizo hombre. En que se siente feliz de
haberlos reencontrado. Lo son todo para ella, son lo que da sentido a las
pérdidas.
«Mathew», pronuncia con más aire que voz. Y
ahoga el murmullo en un grito delgado y disuelve la pena en un océano que sólo es
una lágrima. Traga saliva para engullir la ira. Cuesta. Duele un poco. Y cada
vez más, cae la nieve blanca que se ve roja por el reflejo del anochecer de
este 23 de diciembre. Mueve la cabeza de lado a lado. Observa la calle, ahora tan
vacía. Y se pregunta por qué cuando, hace apenas unos minutos, estaba anegada
de gente. Anochece rojo un cielo de piel rasgada, de piel herida y sangrante. Alza
la vista y contempla los perdigones que amenazan con atravesarlo. Son cuatro. Nadie
dice nada sobre eso. La primera vez sólo se podía ver uno: un único Mesías. Y
se pregunta si ahora será peor. ¿Cuántas veces más tiene previsto la vida
cambiarlo todo? Y piensa que lo ha hecho bien a pesar de eso: de cada giro
forzado, de quedarse sola, de elegir al peor compañero. Bien con ellos, con
Zach y con Sam; pero también con aquéllos a quienes nadie recordaría de no ser
por ella. Y entonces evoca lo particular de cada cuerpo, cada trocito de tela, cada
goma de pelo, cada objeto común robado, en definitiva, a unos amigos tan anónimos
como únicos. Como muertos. Ellos han dado sentido a su vida reciente y le gusta
creer que ella ha sido una solución de continuidad para lo que un día fueron.
La nieve empieza a cuajar. «Frío», murmura
ahora. Un temblor recorre su vertical y eriza su miedo. Repara otra vez en el
suelo, blanco de nieve roja, de rojo cielo y siente su pequeñez ante la suntuosidad
de la noche cubriendo el mundo. Patricia se abraza a sí misma y evita un
escalofrío, pero no puede evitar un estremecimiento en el alma.
A pesar de estar a dos grados bajo cero, las
calles de la Colmena habían sido tomadas por hordas de civiles. Muy próximos, los
dos deslizadores intentaban avanzar en dirección norte por la Avenida de la
Corporación. Apenas habían logrado alejarse un kilómetro de la Catedral. Se
movían a idéntica velocidad que aquella masa densa y pesada. Hombres y mujeres de
cualquier edad, mejor y peor armados; rostros de terror, de ira y de locura o hasta de esperanza; gritos que
aludían al final de los tiempos, consignas agradecidas de salvación divina y
arengas efervescentes que incitaban a la guerra. Y es que, fuese amenaza o
salvación, el cielo rojo anunciaba un cambio definitivo.
Frank conducía el primer deslizador. Debían
salir de aquella espesura humana o tardarían demasiado en llegar a la Abeja
Reina. Activó la HLScreen del
vehículo y seleccionó con el índice la aplicación Comunicador. Un ligero
temblor en el brazo de Jensen le hizo volverse hacia a él.
—Tranquilo, chaval. No pasa nada —le dijo en
tono tranquilizador.
Pero Jensen no estaba nervioso. Ni asustado.
Tampoco le concedía la menor importancia a aquella breve contracción del
bíceps. Sonrió. En el asiento de atrás, Sam lo supo también: había leído discretamente
el pensamiento del joven soldado. En efecto, parecía tranquilo.
—Dime Frank —contestó Sofía desde el segundo
deslizador.
—¿Cómo lo ves, Sofie?
—Esto está imposible. Hay que salir de aquí
cuanto antes.
—Así es. No nos movemos apenas.
—¿Estás
pensando lo mismo que yo?
—Diría que sí, siempre que tengas en la
cabeza el antiguo Hospital de la Beneficencia.
—Lo tengo, Frank, y no sólo en la cabeza —respondió
Sofía mientras trazaba la ruta más óptima a través de una versión segura de la aplicación
GPS.
—No es que yo entienda demasiado de estos
chismes —dijo Sam refiriéndose al GPS—, pero ¿no pone al descubierto nuestra ubicación?
—Normalmente sí, pero a éste le hemos cargado
una aplicación de nuestros programadores: desvía los secuenciales de
localización por puntos negros de los GPS cada vez que se triangula nuestra
posición —explicó Sofía volviéndose hacia a Sam con satisfacción. Sam puso cara
de no haber entendido nada—. Es seguro, Sam —añadió—. La peor parte se la
llevan los satélites, que acaban locos.
Era un trayecto corto, pero faltaban aún dos
kilómetros hasta llegar al límite del Panal 63. Allí, antes de cruzar el Puente
de la Revolución
de 2014, encontrarían el
desvío hacia una vía periférica que tendrían que recorrer durante algo menos de
diez kilómetros.
La
conversación entre Sofía y Frank despertó a Allison. El calmante que le había
proporcionado Maydana mantenía bloqueado el dolor pero, a la vez, inducía en su
consciencia
un sopor agradable. Tardó un segundo en
hacerse composición de lugar, en recordar qué hacía montada en el asiento
trasero de un deslizador. Enseguida reconstruyó la realidad. «Maggie», dijo en
un susurro. Zach, a su lado, la observaba. Le preocupaban las heridas de
Allison. Su aparente buen aspecto era sólo efecto de la analgesia. Maydana no
había aconsejado su partida y había sido muy claro con respecto al riesgo que cualquier lesión podría ocasionar.
—¿Te encuentras bien, Allison? —preguntó éste.
—Oh, sí. Sólo que tengo mucho sueño. Y algo
de frío.
Era lógico. Recuperarse requeriría tiempo.
Zach le pidió a Nicole que subiese la calefacción del vehículo. Nicole se
volvió y dejó que una mirada gélida atravesara a ambos.
—Por mí no hay problema —aventuró Sofía
creyendo que la indecisión de Nicole se debía a la espera de algún tipo de consenso.
—¿Por qué vamos al viejo Hospital de
Beneficencia, Sofía? —quiso saber ella mientras subía un par de grados la
temperatura del climatizador.
—Porque hay algo gordo.
—¿Cómo de gordo? —intervino Zach.
—Tanto como un Viento Negro —Sofía sonrió
satisfecha de poder dar aquella información—. Se lo robamos al ejército de la
Corporación hace unos meses, durante una misión de «avituallamiento». Si un día queréis oír
una buena historia, recordadme que os cuente los detalles. Lo importante ahora es
llegar a la Abeja Reina. Por aire será visto y no visto.
Era una gran idea. De hecho, cualquier plan que
los sacase de aquel atolladero podía considerarse una genialidad. Una sensación
agradable se apoderó de los ocupantes del segundo deslizador.
Zach contempló a Allison. Parecía tranquila.
—¿Has entrado un poco en calor? —preguntó.
Allison creyó que respondía que sí, que en
efecto. Creyó que le agradecía a Zach su preocupación y también que le
preguntaba a él por su estado. Y se convenció de que lo había hecho porque él,
Zach, nunca parecía estar mal. Lo creyó firmemente pero, en realidad, jamás
Allison hizo nada de todo aquello porque, en cuanto Zach había pronunciado la
última palabra, la palabra calor, Allison cerró los ojos y perdió de vista el
mundo.
Entonces,
la oscuridad, borrando el latido del tiempo. Y la dulce voz de Zach. Ver un
hombre entre el tumulto de hombres. Silencio en el deslizador. El hombre, más
cerca. Oír su grito y no entenderlo. El hombre corriendo hacia ellos, apartando
a otra gente, pisando nieve, viniendo directo. El capó del deslizador; verlo
anclar sobre él sus manos. Sofía frenando en seco. La mirada del hombre clavada
en Nicole. Palabras sin sentido que al fin se distinguen: «¿No oís el rumor de
los sepultureros que entierran a Dios?». Alguien diciendo que sólo es un loco y
el loco zarandeando el vehículo. Zach saliendo del deslizador, yendo hacia él, enfrentándolo.
El hombre y un arma antes escondida. Y un instante sin aire y un solo disparo.
El pecho de Zach. Escuchar un latido antes que el impacto. El brotar oscuro de
su sangre. Nicole y la ira. Nicole y la asfixia lanzada hacia el loco. El
hombre muerto. Y un «¡por qué!» elevado al cielo. Sam yendo junto a Zach. Zach
alejándose de todo lo vivo.
—Te has vuelto a dormir.
En cuanto Allison reconoció en aquella voz a la
dulce voz de Zach, abrió los ojos. Todo parecía estar bien, tranquilo. Miró al
frente. Sólo veía muchedumbre.
—No dormía. Es como sí… —dijo ella.
Se hizo el silencio en el deslizador. Entonces
pudo distinguirlo: alto, desgarbado, melena desgreñada; vestía una túnica
raída. Todo él parecía sacado de otro tiempo. Gritaba algo. Gritaba aquello que
Allison ya conocía. Cuando los vio, apretó el paso. Empujaba a quienes se
interponían entre él y ellos y pisaba la nieve con afán de conquistador.
—¿Es como si qué, Allison? Dime —quiso saber
Zach.
—Hay que matar a ese hombre —fue la respuesta
que no era un grito ni un lamento y era ambas cosas.
Nicole se giró al instante: miraba a Allison. El
hombre colocó sus manos sobre el capó y clavó en Nicole su atención. Sofía
frenó en seco. Allison cerró los ojos. Tuvo pánico. Buscó sentir a Nicole,
sentir su mente. Y sin saber cómo y de manera instantánea, discriminó entre las
mentes de Zach y de Sofía. Había una tercera entidad. Emanaba una intensidad tal
que sólo podía tratarse de ella. Y lo hizo. Un impulso que no sabía explicar le
permitió proyectar el contenido de aquella visión en el cerebro de Nicole. De
inmediato, Nicole extendió un brazo en dirección al hombre. Lo mataría.
—¿No oís el rumor…? —alcanzó a decir aquel
loco antes de caer fulminado.
Sábado,
25 de diciembre de 2004.
Es Navidad
pero no me gusta. Ya no la quiero ni quiero los regalos que mamá ha comprado
para Zach y para mí. Este año no ha venido el hombre de rojo, nos han dicho que
no ha podido porque se ha hecho pobre. Por eso los regalos los ha comprado
mamá. Pero no los quiero. Ni quiero la Navidad. Aún es pronto. Todavía podría
venir el hombre de rojo. Si viene y me pregunta qué quiero, le pediré que me
regale otra vez a papá.
Maggie permanecía inmóvil. Hechizada. La atención
extraviada en aquel universo esférico que bañaba su pequeñez de luces irisadas.
No parecía una niña de ocho años. El modo en que contemplaba aquella esfera
hacía pensar que el lugar le había arrebatado una parte de su niñez.
Ross descansaba en la butaca polvorienta
donde lo había sentado Maugé. Su malhumor era equivalente a su incapacidad de
mover un músculo.
—¿Cómo lo llevas, Ross? —preguntó Maugé.
—¿Be acebos
abí? —gruñó Ross.
—La babita, Rossi, haz el favor —respondió
Maugé limpiando las comisuras del coronel con un pañuelo—. No me seas
desagradable ni tengas tanta prisa. Enseguida sabrás lo que tengas que saber.
—¿Puede venir Tom a jugar conmigo? —preguntó
Maggie desde el centro de la sala. Sonreía. Había escapado del influjo que la
esfera ejercía sobre ella.
—Repítelo para que este señor tan feo lo
escuche, ¿de acuerdo? Vamos pequeña, igual que antes.
Maggie miró a Ross y se rio porque, en
efecto, era bastante feo y ella nunca se hubiera atrevido a decírselo. Cada vez
le gustaba más Maugé.
—Abuelo —dijo a continuación—, ¿puede venir
Tom a jugar conmigo?
La sonrisa de Maugé estaba henchida de
satisfacción.
—¿No es adorable esta nena, Rossi?
La Abeja Reina tenía planta hexagonal. Cada
lado contaba con dos accesos. Eran doce en total aunque sólo uno estaba
operativo desde el infierno de Temperley. Un chasquido electrónico se produjo
en alguno de los otros once. Era el inconfundible bip del antiguo sistema de autentificación. Sólo podía significar
una cosa: algo había abierto una puerta que llevaba cerrada veintiseis años. Le
siguieron unos pasos. Maggie se escondió tras una de las muchas columnas. Ross
hubiera querido coger su arma, pero no podía moverse. Maugé sonreía. Un hombre
penetró en la sala. Bajo la breve luz de aquella penumbra añil, pudieron
distinguir a un tipo alto, de pelo muy corto y vestimenta militar.
—Adelante, pasa —invitó Maugé—. He traído a
la niña, Hugo.
Sólo debían salvar un kilómetro y medio para alcanzar
el desvío hacia el hospital, pero moverse un metro se había convertido en casi una
utopía. La muchedumbre iba en aumento. Desde todas las calles y callejuelas
aledañas a la Avenida, se incorporaban
nuevos grupos. Los más, pertrechados con armas de toda clase, aunque los había
también cargados de fe y discurso; el resto, quizá los menos, blandían pancartas
de grafeno que aludían a la igualdad, la amnistía, la paz o la bienvenida al
dios que venía del cielo. Estaban atrapados; envueltos en un manto frágil que
no podían rasgar sin herir a inocentes. Su ritmo de avance había pasado de
lento a exasperante. Se preguntaban por qué tanta gente había decidido salir a
la calle al mismo tiempo. Motivaciones distintas y un mismo sendero. Lo
entendieron al pasar frente a la enorme HLScreen
que adornaba la sede de Farmacón. Un
rostro andrógino de ojos rasgados repetía sin cesar el mismo mensaje: «Hoy en
el cielo, mañana en la Tierra. Punto de encuentro: Monte de la Arboleda CoDos. Antes del amanecer».
La Avenida de la Corporación era una de las
arterias principales de la Colmena. La cruzaba de sur a norte. Precisamente en
el norte se encontraba el Monte de la Arboleda CoDos, un promontorio artificial dispuesto como espacio de ocio. Una
de las pocas concesiones de la Corporación a la sociabilización de los
habitantes de la Colmena.
Sofía consultó la densidad del tráfico de las
calles adyacentes: cualquier alternativa terminaba por dar a vías tanto o más
saturadas. Era preferible continuar allí.
El cansancio no había abandonado a Sam y temía
que le fuese a pasar factura en el peor momento. ¿Cómo podían dejar atrás la
Avenida?
«Nicole»
«Dime, Sam»
«¿Crees que podrías ayudarme a despejar esto?»
Nicole dibujó una sonrisa que Zach no supo
interpretar.
«Elijo el flanco izquierdo»
Desde el cielo rojo pudo verse cómo una
brecha se abría en el espeso manto humano que cubría el asfalto. La
sincronización de aquel control fue perfecta. Y agotadora. No sólo había que lograr
que aquéllos que deambulaban frente a los deslizadores se retiraran, también era
necesario proporcionar a sus cuerpos la capacidad de ganar la posición ante los
que no estaban controlados y darles la fuerza suficiente para que resistieran
sus embates. El control debía mantenerse, al menos, hasta que el segundo
deslizador empezase a dejarlos atrás, lo que implicaba controlar también a
todos los que, como si formaran parte de un goteo interminable, aparecían ante
el primer vehículo tras cada metro ganado. La concentración de Sam y Nicole era
extrema.
—¡Nos movemos! —exclamó Allison.
—Sí, enseguida estarás con Maggie —respondió
Zach.
Allison le confirmó que estaba preocupada, que
no se fiaba de Maugé; lo conocía demasiado bien. Puso mucho énfasis en
representar su convencimiento de que, como siempre, Maugé tendría una
explicación perfectamente lógica para sus actos. «Vándalo», añadió. Supuso que
Zach sonreía por la expresión que había utilizado. Lo hubiera jurado todo, lo
que dijo y lo que supuso, en efecto. Pero Zach no sonrió ni escuchó aquellas
palabras porque Allison jamás las pronunció. Todo existió sólo en su mente. Sus
ojos cerrados. De nuevo había saltado de la realidad.
La oscuridad en los sentidos. La Catedral y
la nieve y la noche roja. Niebla lóbrega hecha de hombres. Los Ángeles de la
Muerte y la sangre de muchos. El suelo de la Catedral acogiendo las almas que
el cielo no quería.
Esto es una muestra. Podremos acabar de leer el capítulo en cuanto se publique la novela MEMORIAS DEL PORVENIR, que próximamente saldrá a la venta para recaudar fondos en beneficio de la Asociación Síndrome de Marfan, SIMA. Disculpa las molestias. Gracias por tu comprensión.
Ya sabes lo que pienso de este supercapítulo, pero lo dejo aquí también. Ha sido un trabajo inmenso y ha dado sus frutos en este texto, bien narrado, con giros sorprendentes y explicaciones necesarias. Me encanta la manera en que está escrito. Y después de este,. ya sólo queda uno...
ResponderEliminarExcelente capítulo Miguel Ángel, de los que enganchan y crean afición. Tiene acción, respuestas, mucha reflexión de los personajes,... La forma en que Sam encuentra las respuestas me gusta mucho, parecen fogonazos, muy directa y visual. Si fuera una peli me lo imaginaría como un pase rápido de diapositivas. Y además se desencadena a partir de una emoción universal: el amor.
ResponderEliminarEs un capítulo muy violento, si te descuidas no dejas títere con cabeza, pero está bien, no es un reproche. El capítulo lo exigía. El personaje de Inferno mola mucho, aunque me crea dudas que supongo que en el capítulo 12 se me resolverán. Profundizas mucho y muy bien en los personajes, describiendo sus emociones como a ti te gusta hacer, algunos personajes parecen muy “humanos”. El meollo de la cuestión ¿Quiénes son y por qué vienen? Un giro inesperadísimo resuelto de forma brillante.
Además el capítulo está muy bien escrito, como en ti es habitual. Hay expresiones maravillosas para enmarcar, para hacerles mención aparte o usar de epígrafes en cualquier otra novela. También me gusta mucho los guiños que le has hecho a mi ilustración: los árboles fríos, el cielo rojo, la nieve,… y por supuesto que hayas usado a mi fiel amigo Nero en el capítulo es un detalle que nos hizo mucha ilusión a los dos.
Por todo esto (y más que se me olvida o no cuento para no desvelar ninguna sorpresa), que parece peloteo pero no lo es, sólo me queda felicitarte por el capítulo y por el trabajazo que has hecho que sé que ha sido mucho, no sólo a la hora de escribirlo y documentarte sino con el género de ciencia ficción, con el que no estás muy acostumbrado, aunque no lo parece. Eres un crack.
Miguel Angel, he leído tu capítulo y me he emocionado. ¡Que bello! Transmites las sensaciones de forma magistral con un estilo impecable y nos has hecho "ver" —que no leer— todo lo que acontece en él. ¡Felicidades y gracias! Gracias por evidenciar y detallar más partes del mundo que sostiene la historia —nuevas calles, panales, estatuas y demás— que enriquecen la novela, porque esa es la parte que, a veces, los autores olvidamos potenciar. Gracias también, por pensar en nuevos mundos y posibilidades y explicarnos quienes son y quienes somos en un razonamiento lógico y veraz.. Por rescatar a Patricia del olvido. Y por, —al leer tu capítulo justamente en Navidad—, hacerme estremecer con esas entradas en los diarios —cuando los diarios nunca me han emocionado— que, con ese día como símbolo, nos muestran los cambios sociales sufridos, y que culminan con la última entrada que ya nos muestra un futuro más allá del desenlace. ¡Gracias por ese desenlace al que solo le falta poner un buen broche final, que seguro Víctor le colocará con maestría!
ResponderEliminarPero quiero que sepas que me rindo ante tu capítulo: por bueno, bien escrito, emotivo, detallado y que demuestra una gran imaginación creativa por tu parte. ¡Estás entre mis favoritos!
Las frases que describen la acción son tan cortantes como el filo de una navaja barbera y, sin embargo, si todas las novelas tiene un alma yo apostaría a que el de la nuestra está aquí, dentro de este capítulo. Bravo.
ResponderEliminarComo nos tiene acostumbrados, Miguel Ángel, nos regalo un texto brillante, en forma y en contenido, equilibrado, (parece que hablo de un buen vino, ¿verdad?), con lugar para las descripciones y explicaciones, la acción, la emoción, el fino humor, y la poesía. ¡Me encanta! Un abrazo, S.
ResponderEliminarCon este capítulo acercándose a un final de película, Mike aumenta el interés en la trama, y se muestra muy gráfico hasta hacernos ver claramente los hechos como si se tratara de una HLScreen. Un deleite su lectura.
ResponderEliminarCon la siempre intrigante duda de la Humanidad de si estamos solos o no en el espacio sideral, Área revive la migración interplanetaria con las visitas alienígenas a la tierra, y viceversa, como otrora a los Vikingos cuando sus dioses, que se piensan extraterrestres, traspasaron en sus “naves” tiempo y espacio a través de agujeros de gusano para interactuar y construir con los humanos en varios puntos terrestres donde dejaron su huella en inexplicables creaciones.
Para sobrevivir como especie, salvar el planeta, todo en UNO, solo al modo de “los enviados”: en son de paz y con el firme propósito de existir y dejar existir libremente.
Los pulsos entre las fuerzas de todo orden que se miden en esta historia con sus mensajes, algunos subliminales, hacen prever el gran desenlace.
Un cuento muy bien contado. ¡¡Enhorabuena a su autor!!
Ni te puedes imaginar lo que he disfrutado leyéndolo. ¡Eres grande!
ResponderEliminarUn abrazo.
Magistral. No se me ocurre otra palabra. Como ya se ha comentado, los giros, las escenas de violencia, las poéticas, las sensaciones, los sentimientos... Sin querer desmerecer a los anteriores, creo que es uno de mis capítulos preferidos además de irse concretando el desenlace de la historia. Magistral...
ResponderEliminarMágnifico! Boquiabierta con esos giros tan inesperados, eres un maestro de infundir sentimiento en cada palabra que escribes. Mis felicitaciones por este capítulo.
ResponderEliminar